Mi ejercicio de responsabilidad

Hace unos días tuve el privilegio de participar como jurado de las Becas Capacitas con las que Fundación Universia fomenta la integración socio laboral de las personas con disCapacidad (no es una errata. Me gusta escribirlo con “C” mayúscula), contribuyendo a hacer efectivo el principio de igualdad de oportunidades a través de una educación inclusiva.

El objetivo de estas y otras becas, iniciativas y programas similares es conseguir, mediante el apoyo a la educación, que el acceso al empleo se produzca en situación de igualdad.

Y es cierto que cada día más, fundaciones, ONGs, entidades y empresas seguimos trabajando para fomentar la inclusión de personas que hasta hace no tanto y por alguna razón que no obedece ni a la lógica ni al sentido común, se habían visto de alguna forma “apartadas” del acceso al empleo e incluso a la educación. Y no debería tratarse de una obligación a cumplir (aunque la realidad sea así en muchos casos) sino de un ejercicio de responsabilidad.

Cuando tienes la oportunidad, como he tenido yo, de conocer un poco más de las historias que hay detrás de cada una de esas personas te das cuenta más que nunca de que son sus capacidades y no su disCapacidad las que importan a la hora de acceder al empleo. Capacidades que las empresas buscamos en los candidatos y que no siempre son tan sencillas de encontrar.

Orientación a resultados, constancia, capacidad de esfuerzo, planificación, creatividad, aprendizaje continuo, comunicación, integridad, flexibilidad, adaptación al cambio, capacidad de análisis, pensamiento crítico, pasión.  Personas con objetivos claros, con planes para alcanzarlos, con hitos definidos y con el empuje y las ganas necesarias para hacerlos realidad. Personas para las que las dificultades son solo un reto a superar. Personas con ideas, con proyectos, con metas.

Todo eso lo he encontrado en proyectos profesionales y a la vez personales que ocupan poco más de una página. Qué no descubriremos cuando esas personas finalicen sus estudios y pongan, no solo sus conocimientos, sino su experiencia vital y las capacidades que han desarrollado a lo largo de su vida al servicio de la profesión que hayan elegido.

Si contribuimos a que estas personas dispongan de los medios  y los recursos necesarios para completar sus estudios o incluso para iniciarlos, si trabajamos para eliminar las barreras (las físicas y las que no lo son), si educamos a nuestros hijos en el valor de las diferencias, si conseguimos que no se trate solo de cumplir una ley sino de poner en valor el talento de cada persona, entonces estaremos retroalimentando un sistema que nos permitirá contar con las capacidades de todos en el acceso al empleo y dejaremos de perder la riqueza que aporta la diversidad.

Las historias de David, María, Raúl, Helena, Cristian, Carlos, Julia… poned el nombre que queráis, tantos y tantos nombres detrás de los que se esconde una historia de lucha y de superación. Historias contadas desde la perspectiva que te da tener que vivir de un modo distinto al habitual. Historias casi siempre difíciles, plagadas de obstáculos, a veces inesperadas para quien las ha tenido que vivir, pero todas con un denominador común: la clara decisión de alcanzar un objetivo. Y en todas se dejan ver esas capacidades que mencionaba arriba.

Hoy mi ejercicio de responsabilidad empieza por compartir esta realidad que no siempre vemos pero que está ahí. Dejemos de ver disCapacidad para ver capacidades porque ahí está la clave de la inclusión. No en las cuotas ni en las obligaciones sino en lo que las personas, sea cual sea su condición, son capaces de aportar.

Autora: Esther Fernández es Responsable de Recruitment & Global Mobility de KPMG en España